Fragmento de mi libro
Escucho la nada, es un eco intermitente que opaca la marea y distrae del sonido de las olas. Me percato de que no estoy solo en mi miseria, sino que la calma desvía mis pensamientos. Necesito entenderme, hacer ruido con mi mente rota. No para perdonarme al repasar mi vida, sino para dejar de castigarme por ello. Quiero morir antes de que el sol se ponga y, tal como en mi pesadilla, ser tragado por el mar y por aquel pájaro sensato que decidió destruir la humanidad. Ahora solo queda entregarme al vacuo azul profundo y amparar a quienes también se desviven con su brújula averiada.
Repaso por última vez las peleas, los eventos y circunstancias. La herida que todos cargan: el bebé de la vecina que murió cuando era un niño, las veces que fui a urgencias alegando por la pena que sentía, mi primer beso. Me cuestiono si conocí el amor o si Débora tenía razón, aunque simplemente ya no importa. Recuerdo las diferentes texturas de los cabellos de las personas con quienes salí y el diseño de las cortinas del departamento que me acompañó tantos años. Evoco la sensación de las sábanas corriéndose al fundirse en un entusiasta encuentro sexual. Pienso en mis objetos preciados y los grandes tesoros de mi vida. Los amargos días que gasté trabajando de manera monotemática. Los paisajes que pude alcanzar a conocer y los que repetitivamente pisé. La voz de mi madre, la suave voz de mi madre. Todo lo que callé y que me llevo.
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