Home Sweet Home
El piso de la habitación pareciera abrirse cada vez que transita un autobús por la calle, como si el sonido se propagase solo por debajo de las tablas de madera de esta. Lo que comunican los crujidos es que la ciudad invita a mecerse a través de las vibraciones y el calor de diciembre. En invierno, las tablas absorben la humedad para proteger lo que esté dentro de ellas y poder recostarse en el suelo, encima de la alfombra que las cubre. La inestabilidad del lugar se contagia por medio de los sentidos. Los días en los cuales llego repleta de amor parece más iluminada y las mañanas en las cuales no puedo levantarme, más pesada. Cuando abro la ventana, mis pensamientos pueden circular, y a veces, cuando no logro entenderme, cambia de color. El cuarto se impregna de estilo y personalidad, también, ha llegado a resoplar palabras de aliento.
El mundo últimamente parece más hostil de lo que se supone debiera ser, o puede ser un signo del primer cuarto de siglo vivido. Queda un vago optimismo de aquellos niños que fuimos, creyendo en un mejor porvenir. Nos hemos fallado tanto, que no parece insólito refugiarse en un dormitorio; nuestro caparazón permite reposar en inspiración, desamparo, frustraciones y problemas no resueltos.
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